
Cuando llegamos al convencimiento de que Dios nos pertenece, porque seguimos tal o cual secta, podemos creer fácilmente que Dios sirve únicamente para que consigamos convencer con mayor solemnidad a aquellos que por su propio bien o por su propio mal, tienen de Él una idea que difiere de la nuestra en algunos aspectos teóricos. Así al dotar a nuestro Dios de un credo, extraídos de unos Campos Elíseos particulares, nos sentimos libres de reservarnos para nosotros todo el espacio del mundo de lo real, despojándolo de la maravilla de lo Infinito y convirtiéndolo en algo tan trivial como el resto de nuestro mobiliario. Semejante zafiedad sólo puede darse cuando, por una parte, no dudamos creer en Dios, en nuestro espíritu; pero por otra lo descuidamos completamente en nuestra vida. El creyente sectario está orgulloso porque se considera con el derecho de poseer a Dios. El devoto es humilde porque considera que Dios posee el derecho de amor tanto de su vida como de su alma. Aquello que es objeto de nuestra posesión necesariamente tiene que ser más pequeño que nosotros; sin admitirlo explícitamente el sectario mojigato alberga la creencia inconsciente de que él y sus semejantes pueden disponer de Dios a su antojo, manteniéndolo encerrado en la jaula que ellos le han forjado. Del mismo modo, las razas humanas primitivas, atribuyen a sus rituales una influencia mágica sobre sus dioses.
Al parecer toda religión nace como un medio de liberación, y, termina por convertirse en una vasta prisión. En un principio se erige sobre el sacrificio de su fundador, pero una vez que está en manos de sus sacerdotes se convierte en una institución acaparadora.Pasa de reivindicar la universalidad a convertirse en un núcleo activo de desuniones y cismas.
Creedme: si amáis la Verdad, tened el valor de buscarla en su totalidad, en toda la belleza infinita de su majestuosidad y no os contentéis nunca con atesorar sus símbolos vacíos en la avariciosa cautividad que ofrecen las altas murallas de las convenciones. Veneremos a las grandes almas en la simplicidad sublime de su grandeza espiritual que todas ellas comparten. Allí donde todas ellas se unen en un deseo universal de liberar al ser humano del yugo de su propio ego individual, del ego de su raza y del de su secta. En cuanto a las degradaciones de las tradiciones, no obstante, punto en el que las religiones se desafían mutuamente y refutan las pretensiones y los dogmas de unas y de otras, el sabio aunque, consternado y lleno de dudas debe alejarse de ellas.
TAGORE.
Reflexión:
No hay mayor religión que el AMOR, el Amor todo lo puede, EL AMOR ES LA REALIDAD ÚLTIMA DEL SER. ESTÁ MÁS ALLÁ DE LOS SENTIDOS, FUNDIRNOS CON ÉL ES VOLVER A LA UNIDAD Y A LA INMORTALIDAD. EL AMOR ES LA LUZ DEL MUNDO.