LEY UNIVERSAL DE LA MENDACIDAD
Todo el mundo puede mentir. El
mérito no es demasiado grande. Pero sólo el poderoso puede hacerlo con
impunidad. El poeta legitima la mentira por su belleza, como por su utilidad el
amo la consagra ante el esclavo, el padre frente al hijo, o el gobernante
respecto a los gobernados. La estética y la moral utilitarias legitiman la
falta a la verdad si, y sólo si, el mentiroso ocupa una posición de poder
artístico o social frente al mentido. La mentira del inferior al superior,
peligrosa para la relación de dominio, debe ser castigada.
Es sorprendente que los filósofos
que han tratado la mendacidad política, desde Platón y San Agustín, hasta
Popper, pasando por Maquiavelo, no se hayan percatado de la existencia de esta
regla social. La mentira por razones de Estado (mentira “oficiosa”), la mentira
colectiva de la clase política (presentar como rapto la huida de Luis XVI) y la
mentira individual de un político (Nixon) están sujetas a esta misma ley
universal que no conoce excepción que la invalide.
En cumplimiento riguroso de esta
ley histórica que premia, como habilidad, la mentira del señor y castiga como
inmoralidad, la del esclavo, los vicepresidentes, ministros y barones
autonómicos, etc., al mentir como “esclavos”, deben ser castigados por
inmorales, mientras que el Jefe del Ejecutivo, o de Partido Estatal, al hacerlo
como “señores” que hablan a sus gobernados y tutelados, deben mantenerse en el
poder por habilidosos.
El hallazgo de esta ley, criterio
de mendacidad para príncipes y deleite intelectual para maquiavelistas, priva
de fundamento a la hipótesis del juego que explica, en la mala suerte de ser
descubierto, la eventualidad del castigo político de la mentira.
Antonio García-Trevijano
Fuente: Blog de Antonio García-Trevijano
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